20 de Junio - Día de la Bandera Argentina

martes, 19 de junio de 2012

20 de Junio - Día de la Bandera


              Carlos Horacio Bruzera, distinguido Confraterno, nos ha hecho llegar esta colaboración que queremos compartir con ustedes.


  LOS CUATRO FUNERALES DEL GENERAL BELGRANO
         Y EL DÍA DE LA BANDERA
                                
El 20 de junio de 1820 debió ser un día frío, desapacible; y aunque  para la minoría, dramático, doloroso, para la mayoría  estuvo cargado de tensión y angustia.  En esa jornada, la  población solo tuvo oídos y pensamientos para el anárquico momento político que se vivía. No había tiempo para  los muertos con tantos intereses en juego.
Ese día, la provincia de  Buenos Aires no tuvo Gobierno alguno.  El gobernador propietario Idelfonso Ramos Mejía presentó su renuncia a la Junta de Representantes, la que tras aceptarla, de inmediato ordenó al Cabildo,  depositario  del bastón de mando, que enviara mensajeros al general Estanislao Soler expresando que la ciudad estaba a la espera de su llegada como gobernador, pero éste rechazó el nombramiento por falta de garantías.
El memorista  Juan Manuel Beruti, anota en su diario: El 20 de junio de 1820. Se hizo saber por bando, haber el señor gobernador don Idelfonso Ramos Mejía abdicado al mando, e ínterin estaba el gobierno en el excelentísimo Cabildo.
Lo que no dice por ignorarlo, es que a las 7 de la mañana había muerto el general Manuel Belgrano, en la casona paterna de la calle Santo Domingo, actual avenida Belgrano 430.
Siendo verdad que por entonces no había diarios y apenas existían cuatro periódicos en Buenos Aires, la otra verdad es que cinco días más tarde, solo uno de ellos, el semanario “El Despertador Teofilantrópico” del padre Francisco de Paula Castañeda, anunció   la triste perdida. De todas maneras la luctuosa noticia de “El Despertador”, no despertó la memoria, ni la gratitud, ni la pena de nadie.

Los cuatro funerales de Belgrano tuvieron más allá de lo curioso de su número,  detalles tristes, aciagos, si me permiten los vocablos, que marcaron los acontecimientos luctuosos.
El historiador Arturo  Ricardo Yungano, escribe (…) El patólogo doctor Juan Sullivan a pedido del  médico del prócer, doctor José Redhead, efectuó la autopsia. Realizada ésta y haciendo referencia al corazón del difunto (…) Sullivan sintió un deseo vehemente de separarlo y guardarlo, pero otro obductor se opuso.
Belgrano con su corazón, vestido con el hábito de la Tercera Orden de Santo Domingo, fue enterrado ese mismo día, en un sepulcro preparado al pie de la pilastra derecha del arco central del frontispicio de la basílica de Nuestra Señora del Rosario, anexa al convento de Santo Domingo.
En una caja de pino cubierta por un paño negro y cal, debajo de una losa de mármol cortada de una cómoda del hermano del general, Miguel, el Prócer intentó descansar en paz.
Ocho días más tarde, casi en secreto  a raíz de las convulsiones políticas y bélicas, se efectuó el segundo funeral.
Siempre tiñendo estos momentos solemnes con un manto de angustia, ese día se libraba  en cercanías de la actual ciudad de Ramallo, donde a fines de 1810  el general Belgrano había reclutado hombres para su Ejército Expedicionario al Paraguay, la Batalla de Cañada de la Cruz, en la cual las fuerzas de Buenos Aires al mando el general Estanislao Soler, ya investido como gobernador, eran derrotadas por fuerzas santafesinas conducidas por su tocayo, el general Estanislao López.
En oportunidad de este segundo funeral, rindió el homenaje el jurisconsulto Manuel Antonio de Castro, quien en un pasaje de su ofrenda expresó: (…) Jamás disimuló faltas ni delitos por la clase de personas y solo el benemérito y el honrado era acreedor a sus consideraciones.

Un año más tarde, Buenos Aires se percató del doloroso olvido en que había incurrido, por lo que dispuso efectuar el tercer funeral del general Manuel Belgrano,
Se fijó  el domingo 29 de julio que según el espíritu del planeado homenaje,  retrotraería las exequias en el sentimiento público.
A un año y treinta y nueve días, el cañón de la Fortaleza anunció cada cuarto de hora que la ciudad estaba de duelo.
Veamos lo que anotaba Juan Manuel Beruti: El cadáver o tumba (figurada) salió de su casa, cargado solo por los brigadieres y coroneles, acompañado de todos los cuerpos civiles y eclesiástico, comunidades religiosas y las cruces de todas las parroquias a las que presidía la del Cabildo eclesiástico, cuyo dean hacia de preste, descansando en cada bocacalle en donde se hacía una posa; concurrieron todas las tropas formando calle cuyos soldados, oficiales, banderas, tambores e instrumentos músicos llevaban lazos y bandas negras,  e igualmente las armas a la funerala.
(…) Este entierro salió de su casa, junto a Santo Domingo y tardó en llegar a la Catedral desde las 9 del día hasta las 2 en que entró a la iglesia; a cuya hora se principiaron las vigilias de honras, primorosamente cantadas por música hasta las dos de la tarde que salió la misa, la que concluida con los demás responsos de estilo y ceremonia, fue la oración fúnebre que predicó el canónigo Valentín Gómez.
A las cinco de la tarde, la “sociedad lúcida” se reunió en casa de Manuel de Sarratea situada frente mismo a  Santo Domingo y en diagonal a la casa del Prócer, calle de por medio y allí, entre libaciones y palabras, ocurrió la curiosidad del tercer funeral del general Belgrano.
El hacendado español José Ramón Milá de la Roca, hermano del secretario privado del Prócer, José Vicente, dio principio a su alabanza fúnebre, pero don José Ramón, a las primeras palabras palideció y de pronto, ante el estupor de los presentes, cayó fulminado por un desmayo que duró más de una hora. Al recobrarse,  entalló en llanto, lo que al decir del historiador Rafael Alberto Arrieta: Aquel número inesperado acentuó el carácter patético de la conmemoración.

El cuarto funeral del vencedor de Tucumán y Salta principió en 1895 cuando  Gabriel L. Souto, estudiante de la Sección Sur del Colegio Nacional de Buenos Aires, lanzó una idea: hacer un mausoleo a Belgrano que “fuera el más hermoso que tuviese la ciudad”.
Se pensó que tal obra no podía ser realizada de otra manera que no fuera a través de una colecta nacional. El Congreso Nacional  por intermedio de una Ley aportó ese año 1896, la suma de cincuenta mil pesos, medida que fue seguida por las legislaturas provinciales.
Obra del arquitecto italiano Héctor Ximenez, la obra fue inaugurada el 20 de junio de 1903, día en que se trasladan a él los restos mortales del Prócer.
Ese cuarto y definitivo funeral de  Belgrano también tuvo su doliente curiosidad.
El 4 de septiembre de 1902, una comisión designada por el Poder Ejecutivo, ejercía la presidencia el general Julio A, Roca,  procedió a la exhumación de los restos.
Abierto el sepulcro, ubicado como sabemos en el atrio de la basílica, los huesos fueron colocados en una bandeja de plata en presencia del escribano mayor de Gobierno Enrique Garrido.
Se encontraron juntos a las piezas óseas, algunos dientes, dos de los cuales fueron retirados, uno,  por el ministro Joaquín V, González y el otro, por el ministro de guerra coronel Pablo Ricchieri.
Semejante insólito proceder hizo que todos los diarios de Buenos Aires estallaran de indignación. Como consecuencia, las reliquias fueron devueltas al  prior de Santo Domingo, quien informó de su devolución y acompañó en una misiva  al diario “La Prensa”, las justificaciones  de los hombres públicos. El doctor González señaló que llevó el diente a fin de mostrarlo a sus amigos, y el coronel Ricchieri, para presentarlo al general Bartolomé Mitre.
El 20 de junio de 1903, los restos fueron trasladados al mausoleo situado frente al atrio de la basílica de Nuestra Señora del Rosario, cumpliéndose así el cuarto y definitivo funeral  del general Belgrano.

Años más tarde, el 1º de mayo de 1936, ante los agravios cometidos ese día contra los símbolos nacionales por  turbas extremistas, un grupo de ciudadanos entre los que se encontraban el doctor Luís Agote, el capitán de fragata Eduardo Videla Dorna, Raúl y Alfredo J. Etcheverry, tuvo la idea de donar en desagravio a la Municipalidad, un cofre contendiendo la Enseña Nacional, realizada en gros de seda de quince metros de largo y con un sol bordado con hilos dorados que pesaba ocho kilogramos.
Tal donación tenía como destino el de ser honrada en las  fechas magnas; lo que se efectuó por vez primera ese 20 de junio.
A partir de esa fecha, en las dos próximas recordaciones de la muerte del general Manuel Belgrano, presidida por la bandera donada y ante el mausoleo del Prócer, desfilaron rindiendo honores estudiantes  secundarios y universitarios.
La Enseña Patria fue entregada por la Municipalidad de Buenos Aires en 1960 para su custodia, al Museo Histórico Nacional donde permaneció hasta  1971, en que ante  el pedido del Museo de la Bandera de la ciudad de Rosario, le fue cedida y en el que se haya actualmente depositada.
Dos años más tarde de las injurias que sufriera el Paño Sagrado, una Comisión  de personalidades políticas, militares y religiosas, elaboró un proyecto de ley  creando el “Día de la Bandera”, el que de inmediato fue puesto a consideración del Congreso Nacional. El proyecto fue tratado por primera vez  el 7 de junio  de 1938. Sancionada la Ley Nº 12.361 que establecía el homenaje, el presidente Roberto M. Ortiz rubricó el Decreto  de promulgación.
Impulsado por actos despreciables, la creación del Día de la Bandera es de sublimes implicancias, acrecentando el origen animoso el valor de la reparación ciudadana.

El 24 de septiembre de 1873, al inaugurarse en la Plaza de Mayo la estatua ecuestre del general Belgrano, coincidiendo con el sextuagésimo aniversario de la Batalla de Tucumán, el presidente de la Nación Domingo Faustino Sarmiento dijo:
Todos los capitanes pueden ser representados, como en esta estatua, tremolando la enseña que arrastra las huestes a la victoria. En el caso presente,  el artista ha conmemorado un hecho único en la historia, y es la invención de la bandera con que esta nueva nación surgió de la nada colonial, conduciéndola el mismo inventor.
En el mismo acto, Bartolomé Mitre enaltece el homenaje al decir:
Vencedor de Tucumán, Salta y las Piedras, vencido en Vilcapugio y Ayohuma; que vivirás en la memoria y el corazón de los hombres, mientras la bandera argentina no sea una nube que se lleva el viento.
Recuerdo ahora lo que me contaron había dicho cierta vez un inmigrante español de principios del siglo XX, Donato Álvarez Rosón, contemplando la Enseña Patria:
- ¡Qué linda es nuestra Bandera!.


                                                                                 Carlos Horacio Bruzera
                                                                 Lunes 18 de junio de 2012, en Buenos Aires.

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Homenaje al Ingeniero GUSTAVO TORRESÁN (f), hijo del Fraternal Jorge Torresán

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